La calma

14 07 2007

Era tarde y estaba sentado. Había estado cansado otras noches, pero esta no. El olor de la noche de verano se precipitaba por la ventana en la habitación, con calma almizclera. Lee el resto de esta entrada »





Despertar (III)

21 03 2006

Tuvo que irse, y rápido. Tras los contactos que había conseguido se enteró que lo estaban buscando. Sabía que tenía que huir y debía ser rápido. Debía desaparecer unos días y tenia que ser ya. Conocía a su perseguidor, llamémosle M. La fama de M se extendía a lo largo y ancho de todas las cantinas de mala muerte y mercados escondidos del planeta. Sabía que si veía una camiseta de tirantas blanca debajo de una gabardina de cuero negra estaría perdido.

Avisó de que se iba sólo a una persona. Le dijo que no tardaría en volver, pero tenía que irse. La razón: la mayoría de los vivos son alérgicos al dolor y no digamos ya a la muerte. Ella lo comprendió. O eso pensaba él.

Se fue a una cabaña que su padre le enseño hacía mucho tiempo. Un lugar escondido, y que no figuraba en las escrituras de nadie relacionado con él. No era la primera vez que se refugiaba allí. En tres ocasiones tuvo que quitarse de en medio. Y ahí estaba otra vez. Con un surtido de provisiones y de tabaco. En algún monte al que sólo se puede acceder a pie.

Pasaron dos días que se le antojaron en realidad cortos. La belleza de aquellos parajes siempre le dejaba embobado. La humedad le entraba por la nariz y purificaba todo su cuerpo. La flora le miraba intentado comprender porqué volvía. De la fauna no se puede decir nada porque no apareció por ningún lugar. Pero estaba allí.

Durante los dos días pudo desconectar pero no dejó de acordarse de lo que dejó en aquella ciudad, aquel reino.

Se puso en contacto con ella, para ver cómo iban las cosas, y el mensaje fue tranquilizador:

–         Ya ha pasado el peligro, puedes volver.

Y volvió. Dejo sus cosas en un nuevo motel, y se dirigió a palacio.

Pero no pudo verla. Estaba demasiado ocupada debatiendo las condiciones que pondrían fin a la guerra. Así que optó por volver a casa.

Según las noticias estaba siendo un diálogo muy complicado y extenso.

Ahogó sus penas en la botella de licor que compró de camino al motel del olvido. Y allí se quedó.

A los días, las noticias sólo daban imágenes de fiesta y gente con alegría en las caras gracias al fin de la guerra, todo había acabado.

Le dijo que al día siguiente iría a verle.

Por fin.

La impaciencia hace más larga la espera, y nuestro comerciante, sin saber porqué, estaba muy impaciente desde hacia unos días. Por tanto, la espera fue más que larga. De hecho duró lo que dura una estrella en pasar a enana roja y luego a supernova.

Llegó el momento, ella seguía tan guapa como siempre. Pero había algo que intentaba ocultar, y que iba a aparecer en breve.

Le dijo:

– Mira, estos días han sido un poco ajetreados. Con todo esto de la diplomacia, los pactos y los repartos. Hasta ahí todo bien, lo normal. Pero hay una cosa que todavía no entiendo. Una de las cláusulas para que esto acabe es que el pacto de libre comercio que teníamos debe rescindirse y debes abandonar el país. No se bien el porqué de esa cláusula, pero está  ahí, y creo que es lo mejor si quiero que todo vuelva a estar en calma, y por el bien de mi pueblo. Espero que lo comprendas, es algo que tengo que hacer.

Si los pilares de la tierra hacen ruido al romperse y caer al suelo, algo parecido creyó oír. No sabía que hacer ni qué decir. Era él contra todo un reino. Las posibilidades no eran muchas en un escenario como ese, así que bueno, no supo que decir. Así que dejó las cosas como estaban y si tenía que irse se iría.

El atardecer le siguió hasta el motel. Estuvo recogiendo sus cosas, con el gesto fruncido. Sin entender que había pasado.

El ritmo de la noche vestía su caminar por los senderos, otra vez.

Un comerciante que jugaba un papel único en la historia de un país. Con eso se quedaría.

Ahora lo que le estuvo quemando por dentro durante unos días era una pregunta poco inteligente y cuya respuesta no lo era tanto:

P:¿Qué he hecho yo para causar todo esto?

R: Creo que nada

Masticando y rumiando la canción que le compuso su vecino se fue alejando de aquél país:

 
Con el anhelo dirigido hacia ti
yo estaba sólo, en un rincón del café
cuando de pronto oí unas alas batir,
como si un peso comenzara a ceder,
se va, se va, se fue…
Tal vez fue algo de la puesta de sol,
o algún efecto secundario del té,
pero lo cierto es que la pena voló
y no importó ya ni siquiera porqué,
se va, se va, se fue…
Algunas veces, mejor no preguntar,
por una vez que algo sale bien,
si todo empieza y todo tiene un final,
hay que pensar que la tristeza también
se va, se va, se fue…





Despertar (II)

28 02 2006

Siguió tirado en la cama durante varios días, sólo le estaba permitido levantarse para ir al baño y para sentarse en el sillón. Bueno, por lo menos podía moverse un poco.

Solían almorzar los dos juntos, al lado de la ventana, junto a las vistas que proporcionaba la habitación al jardín del hospital, se contaban cómo había ido el día. Teniendo en cuenta que aquél reino estaba en guerra, ella le decía lo que estaba intentando hacer para detenerla.

Eran técnicas inteligentes, pero se parecían demasiado a ejemplos de libro. Él siempre le decía que en su experiencia había que arriesgarse un poco, ya que los libros que su equipo podía tener para estos casos, también los tendrían los equipos de los reinos en guerra. Sin embargo ella le replicaba diciendo, que esa forma de actuar ante tales contingencias le había valido a su pueblo para mantener la neutralidad durante mucho tiempo.

Él estaba de acuerdo en todo lo que decía, al fin y al cabo era ella la reina y él un simple comerciante que no tenía ni idea de política ni de enfrentamientos armados, así que confió en el buen hacer de ella, ya que se sabía lo que se hacia. Se lo demostraba en cada paso que se tomaba. Y parecía que las cosas no iban del todo mal.

No, por supuesto que no, al cabo de una semana ya le dieron el alta y regresó al motel en el que se hospedaba.

Durante el camino de vuelta vio cómo la gente había rehecho todo. Se seguían viendo los destrozos que había producido el bombardeo de hacía unas semanas. La gente se había acostumbrado, y en la expresión de sus caras se veía que sabían que todo volvería pronto a la normalidad.

A parte de esto, la única diferencia que había con respecto a los paseos que había dado antes de la guerra por aquellas callejuelas eran los soldados que se veían aquí y allí.Se cruzó con el músico del tercero y se pararon a hablar un rato sobre todo lo que había pasado. Y bueno, parece que el nuevo disco que estaba grabando no iba a estar mal. Todos saben que con estas cosas la inspiración viene pisando fuerte y a los artistas nunca les viene mal.

Músico: Si, te observé saliendo como una exhalación del motel, y bueno, voy a serte sincero, hay una canción sobre ti. No puedo olvidar la cara que tenías. Alguna tarde si te parece podemos tomar algo y si te hace la escuchamos.

Comerciante: Estupendo, me alegra ver que todo parece volver a la normalidad. Ya nos veremos.

Entró en la habitación y él no lo esperaba pero cuando entró en la habitación se dio cuenta de que la había echado de menos. Una especie de melancolía mezclada con alivio, pero agitado, no revuelto.





Despertar (Erase una vez un reino. 2A Temporada)

19 02 2006

La brisa de la media tarde galopaba por sus mejillas. El verde retozaba por todas partes, en el horizonte, junto al lago, y en los lomos de la colina en la que estaba semi sentado casi aislado del mundo.
Observaba cómo las golondrinas le sobrevolaban para alcanzar la superficie del lago. Con el fin de inundar su buche, quizás para hacer barro para el nido, quizás sólo para beber. No le importaba, pero empezó a tener sed. A su lado estaba el recipiente con el líquido de la vida. Lo agarró y se lo llevó a la boca. Notó resbalar el líquido por la garganta, practicando rapel hasta su estómago.

Ella estaba dormida y usaba su pierna como almohada. Sentía su respiración pausada y tranquila. Su calor le reconfortaba y llenaba todos los días de deambular por solitarios caminos buscando el trato perfecto que le retiraría del negocio para siempre.

Un picor nació en su costado, sin darse cuenta se descubrió rascándose hasta tal punto que había rasgado su camisa y la piel se le venía abajo con cada paso de sus uñas.
Gritó y gritó pero ella no se despertaba. Y otra vez los sudores fríos que pensaba había dejado en la distancia volvieron a adueñarse de él.
 

Despertó.
 

Era de noche y sólo la leve luz de la mesita de noche le permitió verla tumbada a los pies de la cama, usando su pierna como almohada. Se tocó el costado y notó humedad. Apenas había acostumbrado sus ojos a la oscuridad, cuando se abrió la puerta de la habitación dejando pasar a un enfermero diciendo:

-Es la hora de la cura.

Llevó su mano a la cabellera rizada con el fin de despertarla.
Se agitó levemente y se incorporó. Él dijo:

-Buenas noches.

Ella sonrió, tenía las mejillas coloradas y los ojos parecían no desperezarse a la vez que el resto de su cuerpo. Un último estirón y listo.

– ¿Has dormido bien?

 Ella respondió entre algún que otro bostezo nervioso:
– Si, demasiado. Estaba muy cansada. Desde que supe que te dormiste no me he separado mucho de este lugar. ¿Cómo estás?
– Bueno, he tenido días mejores.
Decía mientras recordaba el momento de antes de quedarse dormido. Siguió diciendo:

РMe tienen que cambiar las vendas, vamos a ver qu̩ ha quedado de mi torso de atleta.

Rieron.

Durante media hora estuvo a solas con el enfermero. Le retiró las vendas y las tiró. Limpió la herida que tenía y se dio cuenta de que el estado del “pequeño� arañón era mucho peor en su sueño. Así que se alivió un poco. Ya no le dolía tanto.

Desde luego se sentía con fuerzas para levantarse, pero cualquier matasanos le aconsejaría que siguiese descansando. Así que se quedó allí, no quería contravenir los consejos de alguien que ha estudiado mucho para decir cosas tan evidentes como: “Es un virus�.





Erase una vez un reino (IX)

17 01 2006

Definitivamente fueron dos eternidades, pero mereció la pena.
Se tocaron, y él olvidó por un momento el dolor que sentía en el costado, y se centró en la calma que empezó a manar de lo más profundo de su corazón, a borbotones; y se convirtió en un mar derramado por ambos lados de los acantilados del fin del mundo en que se convirtieron los limites de esa cama habitada por dos.
 

Pocas palabras se cruzaron entre ellos, un atasco de sentimientos las impedía avanzar. Fue difícil para él no poderse mover  en aquel instante. Su cuerpo negó seguir las órdenes dictadas por su cerebro, así que decidió abandonarse al ritmo que marcaba el borrador de los acontecimientos.
 

De esta forma, tenemos a dos individuos, uno de sangre azul, y otro de sangre que se veía roja. El nexo de unión entre ellos empezaba en sus manos y acababa en sus miradas. Él solo pensaba en el pacto, se ahogaba en su mirada, intentando adivinar lo que ella pensaba.
 

De repente, y sin saber porqué su cuerpo se movió lo suficiente para salvar la distancia que separaba sus miradas. Ella dijo un sí tácito, es decir, un “NO� no mencionado cuando sus labios se encontraron. Y por segunda vez oyó violines, trompetas y arpas, cuando de repente empezó a sentir el latir de un corazón acelerado, la cautelosa  maquinaria con precisión de reloj que empezó a correr en el momento en que ella pasó por debajo del arco de la puerta.
 

Consiguió abrir una brecha entre las defensas, o eso pensaba él. Pero bueno, ahora ya no importaba nada, sólo ellos. Él con el costado maltrecho y el corazón, que latía como si hubiese vuelto a nacer.
 

Si el cielo tiene sabor, seguro que es el que su gusto detectó en aquel momento. Aterciopelado, cálido, sin prisas, pero sin pausa. Por favor, que no pare. Pero como marca el refranero popular, todo lo bueno se acaba, y ese momento tenía que terminar en algún momento, por mucho que ninguno de los dos quisiera ponerle fin.
 

Y terminó, y es que las pocas fuerzas que su cuerpo consiguió reunir se esfumaron. Se dejó caer en la cama, con los ojos cerrados. Ella también los tenía cerrados. Ambos se quedaron saboreando los restos del momento que se esfumaban con el aire.
 

Por supuesto, sin querer que aquel momento terminase, tumbado en la cama, casi sin aliento, abrió la mano que había cerrado debajo de la almohada del hotel. En su pecho dejó caer el contrato, doblado, firmado, y cuidado con mimo.
 

Soñaba con él y ahora viviría por él.
 

“Que le den a mi jefe, aquí nunca me encontrarán.� Pensaba mientras su cuerpo no daba ya más de sí.
La vigilia y el sueño no se enteraron de que el pacto estaba firmado. Pero una batalla interna explotó, se sublevaron, no sabia muy bien quién era el responsable de aquello.
Ya no sabía a ordenes de quién estaban los acordes de sus palabras, del protocolo intenso de su comercio, y ya nada importaba todo eso. Fuese quien fuese quien domina allí, donde los sueños son tan libres como una manada de mustangs sobre el desierto, debía de gritar bien alto. Y sus palabras eran grilletes sobre sus párpados y condena de su vigilia engañada.
 

Se sublevaron todas las ideas contrarias, y mientras caía en el más profundo final de sus ojos entre abiertos, nada más podía recordar que la suave caricia y el aleto leve del aliento de la poseedora de los límites de su reino sin fronteras, sin guerras, sin niñas asustadas, sin madres desesperadas. En un mundo de dos soñó. Durmió, por fin, podía descansar y no quería, pero no podía más. Soñó y soñó. Ya no era un simple comerciante.
 

FIN DE LA PRIMERA TEMPORADA.





Erase una vez un reino (VIII)

12 01 2006

¿Qué carajo está pasando?
 

Se preguntaba mientras una voz de tonalidad preprogramada llamaba a la calma a los ciudadanos. Una sirena sonaba cerca. Era la típica señal que instaba a la gente a esconderse en el refugio más cercano. Encerrarse para esperar a que un soldado abra la puerta pregonando que todo había acabado.
 

Y es que la razón y la locura, ya estaban haciendo de las suyas, otra vez. Y el reino en el que se desarrolla esta historia jugaba un papel estratégico. Su posición era ideal, y el primero que consiguiese hacerse con el control de aquel reino tendría todas las papeletas para el sorteo final.
 

Y la lucha por la conquista había empezado. Cualquier sociólogo lo hubiese predicho: “Preparaos para pasarlo mal, porque se avecina una buena�.
Se veía venir, de lejos, incluso se olía, de lejos.
 

Empezó a oír explosiones a lo lejos, venían del palacio. El miedo lleva al dolor y a la deseperación, y la oscuridad se cernió sobre su rostro. Cogió su cazadora de cuero, se embutió en ella, metió la mano bajo la almohada y salió corriendo.
 

Mientras salía de la habitación un sudor helado empezó a manar de su frente. Bajó por las escaleras como una exhalación, los escalones pasaban bajo sus pies de cuatro en cuatro.
Cruzándose con el resto de habitantes, la morena del cuarto, el músico del tercero, el tímido del segundo, y un largo etcétera, salio del motel “Gente corriente� de un salto.
 

Cayó en mitad de la acera y se percató de las nubes de humo negro que nacían aquí y allí. Echó una ojeada. Su mundo se vaciaba. “No, de allí no, no ha habido tiempo, ¿cómo es posible?�
 

Todas las nubes eran de una oscuridad terrible, pero aquella absorbía la oscuridad de todas las demás, la que salía del palacio.
 

Corre, estúpido, corre.
 

Hubiese sido imposible tomar prestado cualquier medio de transporte, la gente corría despavorida en busca de refugio. El miedo en sus caras y la prisa en sus piernas. El silencio gritaba por todas partes. Su vecino tenía ese día que repartir flores, pero el crudo curso de los acontecimientos le hicieron darse cuenta de que si Dios existía, se estaba hundiendo de pena por lo que estaba pasando. Bandadas de pájaros se iban todas juntas por un cielo incierto.
 

Corre, estúpido, corre.
 

En tan sólo un milisegundo desde que cayó a la acera, echó a correr. Hubiese preferido saber volar, de esa forma no habría tenido que esquivar el dolor con el que se encontró en el camino.
Madres buscando a sus hijos que se supone estaban jugando en el lugar donde ahora había un agujero en el suelo. Una niña asustada agarraba una muñeca, lloraba. Pasó junto a ella, la agarró en carrera y la dejó enfrente de una mujer que gritaba:
“¡Mi hija, esa es mi hija!�
La mirada de gratitud que se intercambiaron comerciante y madre dejaría helado al más activo de los volcanes.
 

Y siguió corriendo.
 

A medida que se fue acercando al palacio, tuvo que esquivar a algún que otro soldado, tan desesperado como aquella madre, tan asustado como aquella niña.
 

La llamada de una voz familiar le hizo girar la cabeza, acto seguido, cambió de dirección. Una imagen vale más que mil palabras, y una mirada también. En concreto, aquella mirada decía: “No corras en esa dirección que es la equivocada, ella esta por aquí.�
 

Había corrido tanto y tan aprisa que por sus venas ya no había sangre. Sino algo parecido a lubricante para motores. Se asfixiaba, y disminuyó el ritmo de su baile enloquecido en dirección al que le llamaba. El amigo que le llevó al salón de juegos ilegal.
 

Craso error, aquel de disminuir el ritmo. Un frío eléctrico le recorrió el cuerpo, por la espalda, a traición y sin avisar, algo pareció atravesar su costado.
 

Y cayó al suelo. El olvido se adueñó de él, la oscuridad inundó sus sentidos, mil y una sensaciones pasaron por su cabeza. Y otra vez sus recuerdos. Pero esta vez, de adelante hacia atrás, llegó al primer recuerdo que tenía, su abuelo.
 

Y de repente, volvió a nacer. La inercia de la caída le despertó de su desesperación. Y vio a su amigo paralizado por el terror. Se movió un poco, y luego otro poco más. Se levantó, corrió en la dirección correcta y llegó sano y salvo, o por lo menos eso pensaba él. Se agarró a lo que ahora no era más que una borrosa figura humana y se desmayó.
 

Oyó una voz femenina:
         Estas en un sitio a salvo, no te vayas …
Reconoció la voz de su amigo diciendo:
         ¡Sacadla de aquí!¡Os dije que no la dejarais entrar!
 

Sintió algo en su brazo, húmedo y tibio, una lágrima. Pasos, un tirón de la sabana lo dejo semidesnudo en lo alto de aquella improvisada cama de hospital. Y la voz femenina fue expulsada de la habitación.
 

En ese momento alguien le empezó a arropar, consciente ya de su cuerpo y su estado, el comerciante estiro la mano y agarró el brazo arropador.
-¿Qué ha pasado?
Su fiel amigo contestó:
-Te alcanzaron en el abdomen, pero no han dañado ningún órgano vital. Llevas dos días en coma, y te hemos mantenido en observación. Perdiste mucha sangre, pero no te has despertado hasta ahora …, pensábamos que no querías vivir.
 

El comerciante se miró el brazo en el que cayó la lágrima y luego desvió la vista para los vendajes de su abdomen.
 

Miró a los ojos a su salvador.
Salió de la habitación, le hizo una señal a alguien y ella apareció al otro lado de la puerta. Pasó y el sanador cerró la puerta tras de ella. Los dejó solos.
 

No dejaron de mirarse a los ojos desde que apareció por el quicio de la puerta.
Una sonrisa mental era lo más que podía dejar ver el comerciante, mientras ella se acercaba a la camilla donde se recuperaba de las heridas.
 

Una eternidad, pasó una eternidad, ¿o fueron dos?, desde que ella empezó a andar hasta que se sentó al borde de la cama y le volvió a coger la mano.





Erase una vez un reino (VII)

6 01 2006

Decidió no gastar tontamente el dinero. Así que en vez de ir al local por vigésima vez para buscarse en un espejo sucio, compró una botella de licor y ensució el espejo de su habitación.
 

Cuando llegó a aquel país, lo hizo solo, pensando para sus adentros y lamiéndose los zarpazos cosidos de su alma. Se estaba bien en su propio mundo y en su soledad. Las jovencitas que encontraba en los tugurios de mala muerte no eran más que parches y remiendos, un bálsamo suave, que calmaban sus heridas sólo unas horas más.
 

Y ahora estaba allí, con su memoria nadando en media botella de zumo de algo. No sabía lo que era, pero no estaba mal, además le hacía evadirse de aquellas cuatro paredes, a las que había llegado a amar, sin hacer un gasto excesivo. ¿Qué más podía pedir?
 

No sabía cómo pero poco le importaba ya el pacto de comercio que podía establecer entre aquel país y su empresa. Su majestad, durante aquellas recepciones, rompió a punta de lanza sus defensas. Hincó las uñas en su corazón, y él no tuvo valor de luchar por sus huesos, dejando patente, desde el primer día su fragilidad.
 

No había servido de nada que saliera huyendo trabajando en los papeles y el pacto, muchas vueltas de tuerca, ya no sabía cuantas iban. Y por eso su memoria se hundía y tenía más sentido reír y llorar.
 

Así llegó a la siguiente recepción, no sabía que decir. Ella sí, tenía un gran equipo que la aconsejaba: “Déjale creer que merece la pena, pensar que a menudo alguien como él, pueda caminar como un hombre cualquiera, dueño de sus pasos y su dirección�.
 

Y así pasó el día, él con la mirada perdida centrada en ella, y ella con la mirada distraída, ¿pensando en él?





Erase una vez un reino(VI)

4 01 2006

Se despertó, y no sabía bien si llegó por propio pié al dichoso motel. Se encariñó con aquellas paredes y el aire que encerraban. Decidió no grabar con las uñas su nombre en la escayola por alguna razón, quizá no era el momento. Tenía prisa.
 

Estaba ultimando los preparativos para la próxima recepción, algo nervioso, por no decir bastante. Esta visita podía llevar a su compañía mercantil a las posiciones más altas de la bolsa o a hundirla en la más absoluta miseria.
 

Si algo le asustaba más que tener que decir algo habiéndolo preparado, era tener que decir algo sin preparar. No tuvo tiempo de pensar en nada. No había tiempo. Así que directamente, el comerciante alargó el brazo y le entregó el contrato a su majestad, añadió:
 

“Aquí están mis condiciones para el pacto, no hay letra pequeña, nada escondido. Puede que este contrato no sea del todo justo para su majestad, pero para nuestra empresa es lo mejor que nos ha pasado en, créame, mucho tiempo, sólo faltan las condiciones que su majestad desee añadir.�
 

El errante caminante le había entregado un papel en blanco con su firma.
 

Sin dejarle tiempo a reaccionar, ella tomó la celulosa convertida en folio, y lo estudió con detenimiento.
Él no le dejó tiempo a que añadiese nada, y dijo:
 

“Por favor estudie mi propuesta. Por mi parte es todo.�
 

La respuesta no se hizo esperar y no pudo ser más desconcertante:
 

“De acuerdo, gracias por concedernos su tiempo. Mi equipo y yo estudiaremos sus condiciones y le avisaremos�.
 

Sin dejar de mirarla a los ojos, recogió lo poco que quedaba de su seguridad y dejó la habitación.
 

Se fue dando un paseo. Esta vez no se fijó,  pero el día era tan perfecto como los anteriores. Soleado, sin humedad, una deliciosa brisa le rozaba las mejillas, pero no se fijó.
 

Imbécil, no podía pensar en otra cosa. Tantas precauciones, tanto esperar, todo el trabajo tirado por la borda.
Al menos fue sincero, no se le olvidó nada. La sinceridad era algo poco común en un comerciante, pero este comerciante tampoco era común
 

Llegó al motel, con un cigarro en la boca y la palabra “sincero� en la cabeza.
 

Los dos días que siguieron parecieron no terminar, y esa palabra no se le iba de la cabeza.
Y llegó la contestación de la casa real:
 

Un sobre con el sello inconfundible. No era muy ancho, así que la respuesta no podía serlo tampoco.

 

 

Estimado señor:
 

En los últimos intentos de pactos comerciales ofrecidos por otras empresas no hemos salido muy beneficiados de los resultados. Escasez en ciertos productos fundamentales no hicieron bien en nuestro pequeño reino. Tomamos la determinación de estudiar con esmero cada propuesta que pudiese llegar.
La suya nos interesa, pero nuestro pueblo es el que decide si estas relaciones son buenas para todos.
Por tanto, antes de lanzarnos a algo potencialmente beneficioso, queremos comprobar que realmente será tan beneficioso para su compañía como para nuestro reino.
 

Reciba un cordial saludo.

 

 

¿Qué?
 

Nuestro comerciante se hundió entre el fracaso y la agonía. No veía con claridad lo que aquella carta quería decir.
Entendía aquella carta, pero no lo quería hacer. No la quería entender. Casi todas las reuniones parecieron fructíferas. Se le estaba escapando algo, lo sabía.
 

En medio del frío de aquella habitación buscó el calor de su encendedor, acompañado cómo no, de su fiel cajetilla de tabaco.
 

Algún día tenía que dejar aquel vicio, pero qué haría en esas ocasiones de tanto estrés sin él. Cogió un cigarro, lo encendió y aspiró profundamente. Aquello no podía ser bueno. El humo inundó sus pulmones.
El caos se apoderó por un momento de su cuerpo. Y su cuerpo lo reflejó con una parálisis total.
 

Durante tres cigarros la desesperación se apoderó de él. No podía volver a su hogar con aquel fracaso a sus espaldas.
 

Su vida pasó rápidamente justo delante de su nariz hasta que llegó al momento en que su jefe de sección le decía con un tono más que amenazador “La próxima operación no te puede salir mal�
 

Al fin reaccionó. “Vale, estudiemos otra vez la cartita�
 

Tras leerla cuatro veces, llegó a una conclusión. No sabía muy bien cómo, pero esa conclusión estaba cogida por las cuatro esquinas con alfileres casi invisibles a las esquinas de su cerebro.
 

¿Tiempo?, ¿sería eso lo único que hacía falta?, no estaba del todo seguro, pero de acuerdo, pues si tiempo es lo que hace falta, nuestro comerciante tenía entre su equipaje la última innovación en maletas, y curiosamente, estaba repleta de tiempo. No se acordaba ya de lo que le costó cerrarla al salir de su hogar.





Erase una vez un reino (V)

28 12 2005

Dicen que las noches suelen ser oscuras, pero aquella noche fue gris marengo. Era invierno y las eventualidades atmosféricas dan mucho juego a los escritores que destrozan el primer papel que se les pone por delante, así que la noche fue gris marengo porque una niebla mortecina, se arrastraba por las calles de la ciudad.

Un vagabundo por aquí, un hombre que iba o volvía de alguna parte. Y nuestro comerciante no podía dormir. Embutido en una cazadora de cuero, cigarro en la boca y mechero en la mano, acercó la candela al palo incandescente pensando en si estaba haciendo lo correcto. Siguió mudo, con la mirada fija en el sueño de conquistar aquél país, empezando como no por la reina, si se hacía con ella, todo tendría un color diferente.

Pero el muy estupido, tan seguro que parecía de si mismo, andando a solas por calles desiertas en un país desconocido, no se percató de que no estaba solo. Mientras caminaba sintió lo típico que sienten los típicos protagonistas de las típicas novelas de esta ralea. Una punzada en su delicada nuca.

Se fijó en el encendedor que llevaba en la mano. Plata de ley, uno de tantos regalos que le habían hecho por los resultados en alguna que otra operación. Se lo acercó a la boca, pero lo puso en un ángulo demasiado caprichoso, y debido a ello no vio absolutamente nada detrás de él.

Siguió deambulando hasta llegar a un bar caprichosamente abierto, con una clientela igualmente caprichosa. Restos de lo que se conoce como hombres bebiendo sin más motivo, aparentemente. Ya que cada uno de ellos estaría sumido en pensamientos abisales. Por el estado de esta gente y la actitud aburrida y pasiva del camarero se diría que allí podía estar tranquilo.

�ntes de sentarse en la mesa menos iluminada al fondo del bar, decidió acercarse a la barra y sentarse en el taburete más duro e incomodo que debía existir. Allí a la luz de la vidriera, frente al espejo sin limpiar, se sentó. No quería dar la impresión de que estaba ocultando algo, así que para no levantar sospechas, se pidió una copa y se buscó en el espejo. No podía hacer otra cosa. La copa llegó con la pasividad que un perezoso mostraría intentando agarrar la rama más deliciosa que jamás hubiese visto.

Y de la misma forma empezó a saborear aquella copa. Una ojeada rápida por el bar sólo habría llegado a contar dieciocho personas sin contar al camarero, pero como los ojos de este comerciante estaban bien entrenados. De entre esas personas había una que resaltava por encima de las demás. Más que nada, resaltava porque era la única que no dejaba de observarle, sin ningún intento por ocultar su inquisidora mirada.

Estaba en la penumbra, y no podía distinguir sus rasgos pero a medida que se fué acercando, suspiró para sus adentros al reconocer al que le dijo que «La cosa marcha bien». Tras charlar un poco sobre cosas que ningún posible oído curioso podría calificar de importantes, este inesperado amigo le invitó a que le acompañase.

«Te gustará el sitio al que te voy a llevar», y bueno, ¿porquè no?, no tenía nada mejor que hacer.

Tras un cuarto de hora y dos cigarros llegaron al lugar.
Por su aspecto exterior nadie apostaría nada por adivinar lo que había tras aquella puerta. Y mucho menos nuestro comerciante.

Él estaba acostumbrado a los salones de juegos ilegales, pero aquel era distinto. Sobre todo porque ella, estaba allí. Jugando al solitario, curioso, pensó el. Nada más y nada menos que la misma reina que embriagó todos sus sentidos jugando sola. Inquietante.

Sus miradas se cruzaron al momento de que él cruzara el umbral. Él sabía que ya había perdido.

En unos momentos se dió cuenta de que estaba solo, y su misterioso «amigo» se había sentado en la mesa de al lado junto a la que podríamos denominar como novia, conclusión a la que llegó debido a las miradas que se dedicaban y a la falta de añillos en las cuatro manos.

El comerciante se acercó a la reina, era como si nadie se hubiese percatado de la reina estaba alli. Sin embargo, para él era como si no hubiese nadie más aparte de ella.

Pidió permiso para sentarse, concedido.
Y otra vez, como en tantas reuniones, empezó el ataque, pero gracias a Dios, de una forma más informal. Una mirada que no se sabía ni de donde venia ni a donde iba, derrumbó las defensas que el comerciante había intentado montar a toda prisa.
Pero todo fué inutil, era una guerra que sabía que no iba a ganar.

La mano de ella tocó su hombro, en un gesto que parecía totalmente inocente, quizás lo fuera, pero los centros de mando decían que no, que aquel ataque era por algo.

Mientras tanto, debajo de la mesa, la rodilla real no se separó de la comercial y los centros de mando decían que aquel ataque era por algo.

Las palabras que nacían de aquella boca perfecta, y los gestos que las acompañaban inutilizaron los oídos del comerciante, y los centros de mando decían que aquel ataque era por algo.

Sin embargo, los centros de mando no supieron responder, las tropas confusas, sabían que había que hacer algo, los centros de mando no respondían, y ninguno de los pobres soldados desvelados por la nocturna voz de alarma supieron reaccionar.

Llego la hora de cerrar, y el pobre comerciante se fué tal como vino, con un paquete de tabaco en el bolsillo y un encendedor de plata de ley.

Resultado de esta batalla: Un comerciante insomne.

 

 

 

 

 

 





Erase una vez un reino(IV)

24 12 2005

El día siguiente no aventuraba nada nuevo. La noche pareció ser como las de siempre, y su despertar no tuvo nada de espectacular. El motel de mala muerte en el que se alojaba parecía ya su casa, y es que no se creía que llevara ya casi 2 meses sin salir del país.

Al desperezarse se acordó de que ese día no tenía concertada cita alguna con su nueva reina, eso lo exasperó y casi le lleva a la locura más profunda e indigente que cualquier sicólogo hubiera calificado de depresión comatosa.

Decidió salir de entre aquellas cuatro paredes y se dió a la fuga durante un par de horas. Anduvo sin saber a donde, sólo quería respirar y poner orden en los últimos contratos en los que estuvieron trabajando el día anterior. Había algo raro en ellos así que decidió contactar con un confidente al que hizo un favor al tiempo de llegar allí.

Se reunieron en un local no muy grande, pero en el que el trajín de individuos convertía la muchedumbre en algo muy privado.
Él necesitaba informacíon y el amigo le devía un favor. «La cosa marcha bien».
No quería saber más, le dió las gracias, pagó la cuenta y salio del local. Dando tumbos por la calle, se quedó mirando a un par de pájaros en la rama de un árbol. Tan aislados, no necesitaban nada más, sólo el uno al otro. Eran como una habitación de hotel sin pasado ni futuro, Dios se empeño en que fuera así. Los dos sabían que se habían condenado hasta el final, pero vida no hay más que una, es lo que es y hay lo que hay.

Necesitaba ponerse en contacto con la secretaria real. Debía concertar una cita.

No sabía que hacer cuando llegó la hora, no se quería precipitar y tirar por la borda todo lo que había conseguido en aquellos dos meses. Como siempre, él se acobardó. Así que pasó de director a espectador nada más cruzar la puerta.

Era un día de fiesta en la calle, pero él se encerró en los ojos de la monarca ajeno a cualquier explosión. El tiempo se paró en mitad del despacho, y él fué el único espectador. Cada gesto lo recibió con mimo, y los gravó en cada poro de su piel. Le supo a violines, trompetas y arpas el silbato del reloj de cuco que había en la pared. Él ya no supo ocultar lo que sentía por aquella persona. Aunque no lo decía con palabras, parecia que no hacían falta.

Pensaba que era como si ella lo supiera desde el principio. En sus ojos había un brillo especial, y su mirada no la soportaba. No estaba acostumbrado.Hacía mucho tiempo que no le pasaba algo así. Llegaron a un acuerdo justo para los dos, e injusto para él porque se citaron a los dos días.

Llego al motel, y había un mensaje en la ventana escrito con lluvia decia: «Esta noche he venido y no estabas».

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